Cuento apócrifo del Vaticano.
Después de la fumata blanca, el mundo supo que había un nuevo Papa.
Sorprendió a todos que renunciara a todos los eventos y fastos propios de su entronización. En una ceremonia privada, asumió el cargo y anunció que habrían algunos cambios en la organización del estado.
Su primera decisión fue pedir a todos los obispos y cardenales que asumieran la administración y cuidado de una iglesia, y que renunciaran a todos sus cargos.
La segunda, enviar una circular a todas las iglesias en las que indicaba que a partir de este momento, cada congregación tendría que asumir sus gastos de cuidado y manutención de su comunidad.
La tercera fueron las donaciones. Todos los fondos depositados en los bancos, todos los tesoros del Vaticano, ya fueran pinturas, esculturas, tapices y ornamentos, incluidos los de culto. Todos los edificios. Todos los terrenos y bienes. Todas las acciones y obligaciones de su propiedad. En definitiva, todo su patrimonio, debían ser entregados a los estados respectivos para que fueran repartidos entre los necesitados, con la petición de que asumiera el cuidado y manutención de los bienes culturales y edificios emblemáticos como las catedrales, y que permitiera su uso para el culto y actividades propias de la iglesia.
La cuarta, renunciar a su vez a su figura papal y anunciar la disolución del Vaticano como estado/nación. Dijo, en su alegato de despedida, que el Vaticano era una institución totalmente prescindible. Que su existencia ofendía a Dios y a los pobres. Que desde las comunidades de base se vivía un cristianismo mucho mas puro, y que ellas eran las que tenían que propagar el evangelio.
Al día siguiente, el papa amaneció muerto. Fue una muerte natural, dijeron…