AQUEL TRAJE GRIS. (El Club de los Jueves)
03 Sep 2009
Escrito por: f-menorca el 03 Sep 2009 – URL Permanente
Tema de este Jueves: “Las Aparicencias”
A veces cuesta andar. Los pasos se suceden como traicionando la voluntad de su dueño que no ansia llegar a su destino. Pero por más que se retarden, poco a poco van avanzando.
Pedro Cuesta se dirigía a las oficinas del paro. Cada vez que le tocaba ir a sellar la cartilla, se pasaba la noche sin dormir, y por la mañana, intentaba alargar cuanto antes la hora de salir.
Pero la economía domestica estaba por los suelos, hacia ya un año que se había quedado sin trabajo, y a sus cincuenta y cuatro años, no había oferta para él.
Si hubiera sido albañil, o fontanero o camarero, hubiera encontrado al menos algún empleo temporal, pero para un técnico contable, que aún recordaba los tiempos en que las sumas se hacían a lápiz, primero flojito y luego fuerte remarcando el trazo, para él, no había posibilidad alguna de trabajar.
Aquella mañana se había vestido como siempre con esmero y pulcritud, pero su traje gris estaba gastado, tenia los codos de la americana brillantes, las solapas medio deshilachadas, y el forro roto y mil veces cosido. Le daba vergüenza ir con aquel traje en el autobús, y prefirió hacer el trayecto andando, así se ahorraba además unos céntimos.
Sucedió en el paseo arbolado que bordeaba la vía principal de la ciudad. Frente a él, una anciana que andaba con paso aun más cansino que el suyo, de repente, dio unos traspiés y se cayó al suelo.
Se acercó presuroso a levantarla, pero no había caído por el tropezón, sino que había sufrido un desmayo y estaba inconsciente en el suelo. Miró a su alrededor para ver si había alguien, pero el lugar estaba desierto de peatones, solo los coches pasaban raudos e indiferentes por la calzada.
La acomodó como pudo en el suelo a la vez que le daba palmaditas en la cara para ver si reaccionaba. Pensó en un masaje cardíaco o en una ayuda respiratoria boca a boca, todo lo que había visto en la televisión, pero no supo cómo hacerlo. Al final, viendo que respiraba, se limitó a abanicarla un poco con el periódico que llevaba y a medio incorporarla pasándole un brazo por la espalda.
Al fin la anciana abrió los ojos, con cara de susto preguntando qué había pasado. Le explicó que se había desmayado y si quería que llamara a una ambulancia. Ella se negó en redondo, dijo que vivía cerca y que en su casa estaba su hija.
Pese a sus protestas, el se ofreció a acompañarla y cogiéndola del brazo, la fue guiando hasta llegar al portal donde vivía. En ningún modo quiso que la subiera y la dejó allí en la puerta del ascensor.
Pedro siguió su camino, arrastrando de nuevo los pies, y con la cabeza baja.
En el piso, la anciana contaba lo que le había sucedido a su hija:
-Y no solo me ayudó, sino que incluso me acompañó hasta el ascensor. Y no creas que era un cualquiera, no, era todo un señor, lo tenias que haber visto, llevaba un precioso traje de color gris…
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